Cuando Brasil diseñó su plan para organizar el Mundial, esta ciudad de playa sobre el Atlántico era exactamente el tipo de lugar que quería mostrar.
El boom económico sumado a generosos programas de bienestar social estaban transformando el somnoliento lugar en una ciudad en rápida expansión, la cara de un nuevo Brasil que, finalmente, estaba dando un salto hacia el mundo desarrollado.
Qué importa que Natal, en el nordeste históricamente pobre, estuviera rezagada en relación a centros neurálgicos como Río de Janeiro o Sao Paulo. O que su estadio fuera utilizado por clubes regionales de poca monta.
Natal construirá una nueva arena de vanguardia, dijeron las autoridades, y también toda las infraestructura que haga falta. Prometieron una red de ferrocarriles ligeros, un nuevo hospital, remozar el paseo marítimo y construir accesos para personas en sillas de rueda en toda la ciudad.
Cinco años después y apenas cuatro semanas antes del inicio del Mundial, poco más que el estadio y un remoto aeropuerto han sido terminados.
Casi la mitad de los más de 1.300 millones de dólares en obras prometidas nunca salieron del papel. Y las que comenzaron languidecieron, incluyendo una importante carretera que convirtió las inmediaciones del estadio en una explanada de varillas de metal, polvo y concreto.
"Es una oportunidad perdida", dice Fernando Mineiro, un legislador local del izquierdista Partido de los Trabajadores, que lleva 12 años en el poder en Brasil. "Natal no entregó lo que prometió a sus ciudadanos".
Las ciudades se pelean por organizar el Mundial, los Juegos Olímpicos y otros grandes eventos porque, en teoría, el turismo, la exposición mediática y otros ingresos justifican las enormes inversiones en infraestructura, como ocurrió con Barcelona con las Olimpiadas de 1992.
Pero los desperdicios son habituales, a menudo dejando como legado infraestructura inútil como los estadios construidos para el Mundial de Sudáfrica 2010.
Y justo cuando Brasil debe mostrar su renovada cara para el Mundial, la gente se queja de los altos costos, los retrasos y las inversiones que nacieron muertas.
La burocracia, corrupción y disputas políticas, dicen, condujeron una vez más al tipo de incumplimientos que han limitado durante años el desarrollo de la mayor nación de América Latina.
Un tren bala de 16.000 millones de dólares para conectar Río de Janeiro y Sao Paulo, por ejemplo, nunca salió de los planos. En vez de un nuevo terminal, los pasajeros que aterrizan en la ciudad de Fortaleza son recibidos bajo un toldo.
Y un tren de pasajeros de 700 millones de dólares en la ciudad agrícola de Cuaibá sólo estará listo mucho después del Mundial.
A nivel nacional apenas 36 de los 93 grandes proyectos, o un 39 por ciento de las obras prometidas, fueron concluidos, según un estudio de Sinaenco, un sindicato de ingenieros y arquitectos en Sao Paulo.
Cuando Brasil fue elegido para organizar el torneo, en el 2007, el entonces presidente Luiz Inácio Lula da Silva, apeló a la rivalidad regional y prometió "una Copa que ningún argentino pueda criticar".
Pero su sucesora, la presidenta Dilma Rousseff, no está logrando muchos elogios.
Enormes protestas estallaron el año pasado en todo Brasil durante la Copa Confederaciones, una especie de ensayo general del Mundial, y manifestaciones menores continuaron, las últimas el jueves.
En lugar de mostrar los avances del país, muchos en Brasil sienten que el torneo revela las divisiones aún grandes en un país bueno para el espectáculo, pero todavía atrasado en salud pública, infraestructura, educación y otros servicios cruciales.
Las deficiencias son especialmente irritantes ahora que la economía, tras una década de crecimiento por encima de un 4 por ciento anual, frenó a menos de la mitad de ese promedio desde que Rousseff llegó al poder en el 2011.
Pretensiones
Para los preparativos del Mundial en Brasil se están invirtiendo cerca de 11.000 millones de dólares, según cifras del Gobierno, en ítems desde mejoras a estadios y aeropuertos hasta trabajos en caminos y seguridad.
Quitando unos 2.000 millones de dólares, el resto viene de las arcas públicas.
"Será un torneo hermoso, estoy segura", dice Maria Santos, de 29 años, mientras hace una fila de una cuadra de largo para tomar el autobús hacia el hospital donde trabaja como enfermera.
En el hospital, Maria y sus compañeros muchas veces trabajan sin guantes de látex, jeringas ni otros implementos básicos.
"Pero lo que sea que gastaron habría sido mejor que lo usaran en otra cosa", añadió.
Los habitantes de Natal lamentan que la ciudad, tal como Brasil, no haya podido estar a la altura de sus pretensiones primermundistas.
Con poco menos de 1 millón de habitantes, Natal es afligida por una creciente ola de delitos, congestiones de tránsito, finanzas públicas erráticas y políticas locales tan barrocas -y presuntamente corruptas- que un alcalde fue expulsado en medio de los preparativos para el Mundial y la actual gobernadora del estado enfrenta un posible juicio político.
"Las cosas no han resultado como dijeron", dijo José Aldemir Freire, economista jefe de la oficina local de la agencia nacional de estadística de Brasil, IBGE. "Hay algunas inversiones por causa del Mundial, pero no a la escala que se esperaba".
Originalmente la FIFA esperaba que hubiera sólo ocho ciudades sedes en Brasil. Pero los funcionarios en Brasilia, la capital, y los dirigentes deportivos del país querían presumir de más.
Y de paso anotarse puntos políticos a nivel regional en el proceso.
El boom económico sumado a generosos programas de bienestar social estaban transformando el somnoliento lugar en una ciudad en rápida expansión, la cara de un nuevo Brasil que, finalmente, estaba dando un salto hacia el mundo desarrollado.
Qué importa que Natal, en el nordeste históricamente pobre, estuviera rezagada en relación a centros neurálgicos como Río de Janeiro o Sao Paulo. O que su estadio fuera utilizado por clubes regionales de poca monta.
Natal construirá una nueva arena de vanguardia, dijeron las autoridades, y también toda las infraestructura que haga falta. Prometieron una red de ferrocarriles ligeros, un nuevo hospital, remozar el paseo marítimo y construir accesos para personas en sillas de rueda en toda la ciudad.
Cinco años después y apenas cuatro semanas antes del inicio del Mundial, poco más que el estadio y un remoto aeropuerto han sido terminados.
Casi la mitad de los más de 1.300 millones de dólares en obras prometidas nunca salieron del papel. Y las que comenzaron languidecieron, incluyendo una importante carretera que convirtió las inmediaciones del estadio en una explanada de varillas de metal, polvo y concreto.
"Es una oportunidad perdida", dice Fernando Mineiro, un legislador local del izquierdista Partido de los Trabajadores, que lleva 12 años en el poder en Brasil. "Natal no entregó lo que prometió a sus ciudadanos".
Las ciudades se pelean por organizar el Mundial, los Juegos Olímpicos y otros grandes eventos porque, en teoría, el turismo, la exposición mediática y otros ingresos justifican las enormes inversiones en infraestructura, como ocurrió con Barcelona con las Olimpiadas de 1992.
Pero los desperdicios son habituales, a menudo dejando como legado infraestructura inútil como los estadios construidos para el Mundial de Sudáfrica 2010.
Y justo cuando Brasil debe mostrar su renovada cara para el Mundial, la gente se queja de los altos costos, los retrasos y las inversiones que nacieron muertas.
La burocracia, corrupción y disputas políticas, dicen, condujeron una vez más al tipo de incumplimientos que han limitado durante años el desarrollo de la mayor nación de América Latina.
Un tren bala de 16.000 millones de dólares para conectar Río de Janeiro y Sao Paulo, por ejemplo, nunca salió de los planos. En vez de un nuevo terminal, los pasajeros que aterrizan en la ciudad de Fortaleza son recibidos bajo un toldo.
Y un tren de pasajeros de 700 millones de dólares en la ciudad agrícola de Cuaibá sólo estará listo mucho después del Mundial.
A nivel nacional apenas 36 de los 93 grandes proyectos, o un 39 por ciento de las obras prometidas, fueron concluidos, según un estudio de Sinaenco, un sindicato de ingenieros y arquitectos en Sao Paulo.
Cuando Brasil fue elegido para organizar el torneo, en el 2007, el entonces presidente Luiz Inácio Lula da Silva, apeló a la rivalidad regional y prometió "una Copa que ningún argentino pueda criticar".
Pero su sucesora, la presidenta Dilma Rousseff, no está logrando muchos elogios.
Enormes protestas estallaron el año pasado en todo Brasil durante la Copa Confederaciones, una especie de ensayo general del Mundial, y manifestaciones menores continuaron, las últimas el jueves.
En lugar de mostrar los avances del país, muchos en Brasil sienten que el torneo revela las divisiones aún grandes en un país bueno para el espectáculo, pero todavía atrasado en salud pública, infraestructura, educación y otros servicios cruciales.
Las deficiencias son especialmente irritantes ahora que la economía, tras una década de crecimiento por encima de un 4 por ciento anual, frenó a menos de la mitad de ese promedio desde que Rousseff llegó al poder en el 2011.
Pretensiones
Para los preparativos del Mundial en Brasil se están invirtiendo cerca de 11.000 millones de dólares, según cifras del Gobierno, en ítems desde mejoras a estadios y aeropuertos hasta trabajos en caminos y seguridad.
Quitando unos 2.000 millones de dólares, el resto viene de las arcas públicas.
"Será un torneo hermoso, estoy segura", dice Maria Santos, de 29 años, mientras hace una fila de una cuadra de largo para tomar el autobús hacia el hospital donde trabaja como enfermera.
En el hospital, Maria y sus compañeros muchas veces trabajan sin guantes de látex, jeringas ni otros implementos básicos.
"Pero lo que sea que gastaron habría sido mejor que lo usaran en otra cosa", añadió.
Los habitantes de Natal lamentan que la ciudad, tal como Brasil, no haya podido estar a la altura de sus pretensiones primermundistas.
Con poco menos de 1 millón de habitantes, Natal es afligida por una creciente ola de delitos, congestiones de tránsito, finanzas públicas erráticas y políticas locales tan barrocas -y presuntamente corruptas- que un alcalde fue expulsado en medio de los preparativos para el Mundial y la actual gobernadora del estado enfrenta un posible juicio político.
"Las cosas no han resultado como dijeron", dijo José Aldemir Freire, economista jefe de la oficina local de la agencia nacional de estadística de Brasil, IBGE. "Hay algunas inversiones por causa del Mundial, pero no a la escala que se esperaba".
Originalmente la FIFA esperaba que hubiera sólo ocho ciudades sedes en Brasil. Pero los funcionarios en Brasilia, la capital, y los dirigentes deportivos del país querían presumir de más.
Y de paso anotarse puntos políticos a nivel regional en el proceso.
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