Cientos de millones de personas en todo el mundo encendieron los televisores para seguir el partido inaugural de la Copa Mundial de la FIFA Corea/Japón 2002™. La pregunta que todas ellas se hacían no era si ganaría Francia, sino por cuánto perdería Senegal.
No en vano se trataba de un encuentro entre la selección defensora del título y aplastante favorita, y un equipo que debutaba en la competición, a todas luces un tapado; de un combinado formado por jugadores del Barcelona, Real Madrid, Arsenal, Chelsea, Manchester United, Bayern de Múnich y Juventus contra otro que no poseía más que futbolistas de la liga francesa, marroquí o senegalesa; de grandísimas estrellas como Fabien Barthez, Lilian Thuram, Marcel Desailly, Patrick Vieira, Emmanuel Petit, Youri Djorkaeff, Thierry Henry y David Trezeguet enfrentados a un grupo de jugadores prácticamente desconocidos; y de un once inicial con un total combinado de 652 convocatorias contra otro en el solamente dos integrantes había participado en 30 partidos internacionales o más.
Sin embargo, un delantero senegalés de 21 años no necesitó mucho tiempo para aterrorizar la poderosa y experta defensa francesa, y demostrar a quienes no habían prestado demasiada atención a su figura por qué acababa de proclamarse Jugador Africano del Año. De hecho, tan sólo habían transcurrido ocho segundos cuando El Hadji Diouf logró sacarle a Desailly una falta antes de rematar de cabeza el consiguiente tiro libre a la puerta de Barthez. Pocos minutos después superó al central del Chelsea por la banda y envió hacia atrás el balón para Khalilou Fadiga, quien obligó al portero francés lucirse con un paradón.
Diouf siguió causando problemas a Desailly y al otro central, Frank Leboeuf, con sus jugadas y sus regates directos. Sin embargo, fue el delantero centro de los Bleus quien creó las dos ocasiones siguientes: de las botas de Trezeguet salió el lanzamiento que bloqueó con maestría el dorsal número 1 de los Leones de la Teranga, Tony Sylva, y también el cañonazo que rebotó en el poste.
Inmediatamente, Diouf reclamó para sí el protagonismo y, a punto de cumplirse la media hora de juego, la inventiva del conjunto de Bruno Metsu surtió el efecto deseado. Salif Diao efectuó un quite soberbio sobre Youri Djorkaeff en la medianera, y rápidamente habilitó para Diouf por la banda izquierda. El número 11 superó a Leboeuf como si éste no hubiera estado allí, alcanzó la línea de fondo, y envió el balón hacia atrás para que lo encontrara Papa Bouba Diop en plena carrera. Petit intentó interceptar el centro, pero sólo consiguió desviar la pelota en dirección al adelantado Barthez y al alcance de la pierna estirada del derribado Diop, quien batió así la meta vacía. El artífice del tanto corrió hacia el banderín de córner, puso la camiseta en el suelo y bailó alrededor de ella con sus compañeros.
Francia, en shock
Diouf siguió desarbolando la defensa rival en el resto de la primera parte, y consiguió para los suyos varios lanzamientos de falta. No obstante, no fue la única amenaza contra la que tuvieron que lidiar los defensores del título europeo y mundial. En el minuto 64, Khalilou Fadiga empezó una jugada desde atrás y, cuando volvió a tener la pelota en los pies, se abrió un hueco a base de bicicletas antes de descerrajar un misil letal que Barthez consiguió despejar con la punta de los dedos por encima del larguero.
Cuando un magnífico balón de rosca de Henry se estampó en la madera, los hombres de Roger Lemerre empezaron a presionar con más decisión. Para entonces, la única respuesta de los europeos a la amenaza de Diouf consistía en derribarlo, lo que concedía a Senegal un respiro del ataque de los franceses y le permitió aguantar el resultado hasta conseguir una de las campanadas más sonoras de la historia de la Copa Mundial de la FIFA.
Aquella victoria resultó fundamental para que Senegal, contra todo pronóstico, pasara a las rondas eliminatorias, donde Turquía puso fin a su heroica trayectoria en cuartos de final, y para que Francia, también contra todo pronóstico, no superara la fase de grupos. Y todo por las proezas de Diouf.
“Nadie creía que lo conseguiríamos, pero yo sí”, declaró el héroe senegalés. “Fue una victoria no sólo de todos los senegaleses sino de todos los africanos”.
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